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jueves, 5 de diciembre de 2013

Perdonadme, hoy me he levantado triste.

Esta mañana me he levantado triste, tenía la necesidad imperiosa de inspeccionar dentro de mí el porque de ese sentimiento. Es algo con lo que habitualmente no me llevo, o sea que no lo quiero en mi interior. Son de esos días que prefieres no haberte levantado nunca, seguro que sabéis de lo que os hablo.
 Cuando nos planteamos el porque de ese agónico sentimiento, enseguida nos viene a la mente la palabra MIEDO.¿ Pero miedo a que?  No tengo ninguna entrevista a la vista, mi familia goza de salud, no he estafado a nadie , no estoy empezando una nueva vida después de un divorcio, no estoy esperando el resultado de una pruebas importantes, no me estoy planteando un cambio de ciudad o trabajo.
Normalmente éstas son las situaciones que nos pueden llevar a sentir miedo. Pero este tipo de miedo es el que tu puedes controlar, es un miedo circunstancial porque sabes que cuando esa situación finalice, ese miedo saldrá por la rejilla de la puerta.
El tipo de miedo que más me preocupa es aquel  al que no le precede nada, es aquel  que tu mente no puede controlar porque por más preguntas que te que cuestiones, no das con la respuesta. De hecho la única que lo sabe es tu cabeza, pero como es tan traidora necesitas mucha meditación para dar con la respuesta. Ese miedo es capaz de debilitar a la persona más fuerte y enloquecer a la más débil.

Analicemos con precisión porque tenemos miedo en la vida. El miedo a la pérdida y a  sufrir son uno de los más comunes. Personalmente a mi el que más me preocupa y desestabiliza es el que yo no puedo controlar, es el que mi mente deja paso y le da asilo político.
Cuando me encuentro así necesito reflexionar y meditar , y meditando llegué a la conclusión de que a veces en contra de nuestra voluntad, debemos dejar marchar a personas que han sido importantes en nuestras vidas, personas que han intercambiado energía contigo, personas en las que has confiado y han confiado en ti pero que ahora sea por el motivo que sea el único marco incomparable que tienes con ellas es el miedo a que con el tiempo te hagan sufrir. El austero miedo nos lleva a simplificar cosas de gran magnitud, a confundirnos entre una mala amistad y una buena amistad disfrazada de malos entendidos. Y cuando esto pasa, la vehemencia no nos deja distinguir entre lo irracional y lo lógico. 



¿ Cuantas de vosotras habéis jurado no volver a llorar más por una amistad? Creo qué todas. Y siempre volvemos a llorar.
Perdonadme, hoy me he levantado triste!!!!




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